Aunque muchas personas no quieren hablar o pensar en ello, es un hecho que "todos, en efecto, tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios" (Rom 14:10). Después de morir (Heb 9:27) y en el fin del mundo (Mt 25:31), cada persona será "juzgada según sus obras" (Ap 20:13). El Señor "sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones" (1 Co 4:5). Aquellos que han perdido sus vidas (Lc 9:24), entregándolas totalmente a Jesús serán salvados. Aquellos que han aceptado a Jesús como su Salvador, Señor y Dios serán salvos (Hch 16:30-31). Aquellos bautizados y viviendo sus bautismos en amor (Mc 16:16) serán salvos, entrarán en vida eterna y verán a Jesús cara a cara (1 Jn 3:2).

Aquellos que han decidido hacer su propia cosa, ser sus propios dioses, y ejecutar sus propias vidas serán juzgados dignos de castigo eterno (Mt 25:46). Serán juzgados como habiendo decidido estar "separados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Tes 1:9). Serán arrojados a la noche para llorar y rechinar los dientes (Mt 22:13). "Tendrán su herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la segunda muerte" (Ap 21:8)

No seas tan tonto como para olvidar el Día del Juicio. Pero no te preocupes por eso. Ahora da tu vida totalmente a Jesús, el Juez (Jn 5:22), Quien es el Amor (1 Jn 4:16).

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 28 de diciembre de 2017.

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