Un yugo es una viga de madera sólida con semicírculos en los extremos, los cuales se colocan sobre la testuz de los dos bueyes para que tiren del arado en una sola dirección. Estamos uncidos al yugo de Jesús, voluntaria o involuntariamente. Cuando nos negamos a aceptar a Jesús como Señor de nuestras vidas, decidimos ir en una dirección diferente de la que Jesús sabe que es la mejor para nuestra vida y su reino. No hay mucho futuro cuando vas en contra de Jesús, porque Él es Dios (Jn 1:1), "Yo soy el que soy" (Ex 3:14). Encontramos que Jesús es literalmente "un dolor de cuello". Nos convertimos en "un pueblo obstinado" (Ex 33:3), amargado, frustrado y perpetuamente enojado con Dios. Cuando nos decidimos a caminar con Jesús, no nos duele más el cuello. Ya no vamos en contra de Jesús, sino que dejamos que Él actúe en nosotros (Lc 1:38) ayudándonos con nuestra carga sobre sus hombros y haciendo la parte más ardua del trabajo. Además, Jesús es benevolente (Mt 11:29) y considerado. Él nos da alivio (Mt. 11:29). Él nos conduce a las aguas tranquilas y repara nuestras fuerzas (Sal 23:2-3). Él nos llevará hasta el Calvario y nos llevará, a través de la cruz, a la vida resucitada. Cuando vamos con Jesús, estamos trabajando para Él, y su justicia le obliga a asegurarse de que estemos bien alimentados y mantenidos (ver 1 Tim 5:18, 1 Co 9:7-10). Cuando estamos uncidos al yugo de Jesús, podemos parecer como esclavos a los ojos del mundo. Sin embargo, un esclavo unido a Jesús es verdaderamente libre (Jn 8:36). Su "yugo es suave" (Mt 11:30). "Sometan su cuello al yugo de" Jesús (ver Jer 27:12). Acepten a Jesús como el Señor de su vida. |